Una de nuestras usuarias, Laura, comparte con nosotras su experiencia con el yoga y la meditación
No deja de sorprenderme lo poco que sabemos sobre nuestro cerebro. No sólo desde un punto de vista científico sino también desde el de la cultura general. Si fuéramos conscientes de, hasta qué punto, el coctel de neurotransmisores que lo habita rige nuestras vidas, excesos y estados de ánimos, es posible que le dedicáramos más tiempo al entrenamiento mental silencioso que al levantamiento de peso en el gimnasio (sin negar los beneficios de esto último y su capacidad para liberar endorfinas) El cerebro humano es extraordinariamente plástico, dúctil y misterioso. Como decía Ramón y Cajal, considerado por muchos el padre de la neurociencia moderna, “todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”.
En esta línea, nuestra mente puede ser una fuente de plenitud o una cárcel blindada, en función de “cómo vengamos de serie”, de nuestra capacidad para enfrentar los reveses de la vida y del cariño que le dediquemos a nuestro camino interior o a la conexión con “un propósito superior”.
El verano del 2014 cambió mi vida. Antes de esa fecha, había probado todos los tipos de Yoga que han poblado Occidente, pero como buena mujer dopaminérgica y adicta al reto que soy, siempre había preferido lo aeróbico y lo estimulante para tener un pico de euforia, una buena figura y seguir con mi vida más o menos “cosmética” después. Tuve una infancia muy espiritual y cercana a la Iglesia diocesana, pero me alejé de Dios para volcarme en lo intelectual, lo social y en llevar una vida más hedonista, al fin y al cabo. Pero en el año 2014 algo cambió. Ese año, mi marido (entonces novio) y yo, conocimos a Paul Dallaghan. Maestro de meditación que nos causó una profunda impresión y que cambiaría nuestro viaje existencial para siempre. Paul Dallaghan no es un gurú. No creo en los gurús. Pienso que, muchas veces, las asimetrías extremas de poder y la adoración de seres humanos imperfectos da lugar a personajes siniestros, incapaces de bajarse de su púlpito y de evitar cosificar al otro. Y la vida se ha empeñado en demostrármelo varias veces. Es la delgada línea que separa la relación “del maestro con su discípulo” de la del “líder con su acólito”. Hace falta una muy buena dosis de inteligencia e integridad para digerir el poder desmedido sin cometer abusos, creerse eterno o tocado por una varita mágica.
Ese verano decidimos hacer un retiro en la isla de Koh Samui en Tailandia. Habría sido más cool elegir el ashram de los Beatles en Risikesh, pero Paul tenía fama en la comunidad del Yoga de aunar toda la sabiduría de Oriente y Occidente. Al más puro estilo Carl Jung, Alan Watts o nuestro contemporáneo Joe Dispenza (alias Dr Joe) Y eso nos atraía. Paul compartía con nosotros una carrera exigente en el sector financiero y una formación multi-disciplinar. Había decidido salirse de la rueda, eso sí. Para vivir una vida de estudioso, eremita y dedicada a la enseñanza de Yoga, meditación y respiración Pranayama (Prana= respiración. Yama= control).
Ese verano conocí la fuerza interior que te da el ayuno, la meditación y la práctica física de Yoga (¡a continuación de todo lo anterior y todavía sin comer!) También me reencontré con la oración, que había permanecido oxidada en un cajón durante años como acto de rebeldía. Ese verano entendí lo que era la “totalidad” y, curiosamente, se trataba de un estado superior de conciencia, al margen de la consecución de objetivos, ascensos profesionales, logros materiales y validación externa. Llega un día en la vida en el que te das cuenta de que los demás son precisamente eso…los demás.
Desde un punto de vista más fisiológico (me he propuesto que este artículo no sea demasiado místico) la meditación es capaz de moldear nuestro cerebro. Hay estudios que evidencian que hay cambios estructurales y funcionales en la corteza prefrontal, asociada a la conciencia, a la autorregulación y a las funciones cognitivas superiores. Asimismo, la región de la amígdala relacionada con la impulsividad, la pérdida del control y emociones como la ira, disminuye su actividad. También existe un impacto muy positivo en nuestro sistema inmunológico y en las enzimas que intervienen en nuestro envejecimiento.
La capacidad para focalizarnos puede verse multiplicada, ya que practicar la atención plena hace que nuestra mente deje de divagar. Este estado mental errático tan frecuente en nuestros días es lo que en la tradición Zen se conoce como “the monkey mind”. La mente minada de pensamientos que saltan frenéticamente de rama en rama y no nos abandonan. Y una mente que vagabundea dándole vueltas a todo, es una de las mejores recetas para la infelicidad. Por eso los escáneres cerebrales de quienes meditan y rezan a diario arrojan conclusiones tan rotundas. Cada vez hay más profesionales de la salud mental que reclaman que la meditación debiera ser rutinaria. Puede ser uno de los analgésicos naturales más efectivos a la hora de manejar el dolor crónico, entre otros.
Uno de los mayores venenos para nuestro cuerpo es el cortisol descontrolado y prolongado, también conocido como la hormona del estrés. En el corto plazo es necesario para el metabolismo, pero cuando su producción es excesiva y se alarga en el tiempo, deteriora nuestra salud. No estamos diseñados para vivir en estado permanente de alerta. Todas las técnicas efectivas que conozco para manejar el estrés crónico, el post-traumático (PTSD por sus siglas en inglés) y las enfermedades somáticas incluyen prácticas de meditación y/o atención plena.
La clave para una meditación reparadora no reside en la cantidad de horas, la música trascendental o en empeñarse en permanecer sentado en loto si te duelen las rodillas. Tampoco hay que irse al Himalaya, hacerse crudivegano o practicar 2 horas de Yoga acrobático a diario (este último es el camino que yo he elegido, pero entiendo que no sea para todos). La meditación es ese estado que nos lleva a conectar con el presente y a perder la noción “espacio-tiempo”, generando un circulo virtuoso en el que la desconexión de lo externo y la autoconciencia se entrelazan. Hay gente que es capaz de meditar tocando un instrumento musical, montando a caballo, rezando, saltando en parapente u observando la naturaleza. Para los que no tengan una pasión tan completa, recomiendo 10 minutos diarios de práctica sentada y conectada a la respiración, al ser posible por la mañana. Los efectos son sorprendentes porque la meditación, empíricamente, tiene tantos beneficios que cuesta escribir sobre ellos. Aumenta el rendimiento, la memoria, la inteligencia emocional y puede ser el mejor fármaco contra la ansiedad y la depresión.
La meditación cambia nuestro cerebro. Así de contundente. Y no lo dice una secta New Age ni un grupo de pseudocientíficos trasnochados. Lo ponen de manifiesto las resonancias magnéticas y cada vez más psiquiatras.
Pienso que asociar meditación a orientalismo es un error. Tengo amigos judíos que, por razones religiosas, se han sentido más cómodos iniciándose en la Kabbalha. Se ha escrito mucho sobre meditación hindu y budista, pero muy poco sobre la basada en fuentes rabínicas. Y sí, los judíos tienen su propia sabiduría milenaria en lo que a meditación se refiere. También tengo amigos cristianos que hacen retiros ignacianos e incluso amigos ateos que se han dado cuenta de que la meditación es un bálsamo para las heridas de “la vida moderna”. Una forma menos dolorosa de enfrentar la vida y, en una nota menos profunda, un motor para el “outperformance”. No es casualidad que la práctica de “TM”, Trascendental Meditation, basada en la repetición de mantras, se haya colado en los despachos más elevados de Wall Street.
A las personas más especiales que se han cruzado en mi vida siempre he intentado transmitirles lo que el verano de 2014 me enseñó a mí. Que todos tenemos una herramienta interior a nuestro alcance que nos sana, nos eleva, nos ayuda a poner las cosas en perspectiva y nos hace mejores personas. Porque, como acostumbraba a escuchar de pequeña y Jesús les dijo a los fariseos “El reino de Dios no vendrá espectacularmente (…) el reino de Dios está dentro de vosotros”
NAMASTE